|
El Escudo del TERCIO IRLANDÉS con el Arpa Céltica |
I. EN RECUERDO.
Un grupo de voluntarios al que los españoles, sea cual fuere su bando, no tienen ninguna infamia que reprochar: los irlandeses del Tercio. Movidos por una sincera amistad hacia España y por el profundo deseo de defender la Cristiandad amenazada, esos hombres, olvidados hoy, eran verdaderos idealistas. No eran los peones del "Komintern" ni comisionados por ningún gobierno extranjero; no vinieron para revolucionar, sino para servir, y su caballeresca epopeya merece más honor que las fechorías de André Marty.
La unidad fue formada por el dirigente
profascista Eoin O'Duffy, quien previamente había organizado los
grupos Camisas Azules y Camisas Verdes en Irlanda.
A pesar de la declaración de
ilegalidad de la participación de irlandeses en el conflicto español
efectuada por el propio gobierno irlandés, aproximadamente 700
seguidores de O'Duffy llegaron a España. El contingente rechazó la
orden de Francisco Franco de combatir en el frente del norte por sus
paralelismos con los nacionalistas vascos, al ser católicos como
ellos. O'Duffy emitió más tarde su opinión de que los vascos
"tienen tanto derecho a la separación de España como los seis
condados del Ulster de Irlanda". La principal motivación en su
lucha en España fue el apoyo a la Iglesia Católica contra los
ataques sufridos por ésta en el lado republicano. También exponían
los paralelismos religiosos e históricos entre España e Irlanda y
la lucha contra el comunismo y el socialismo.
Cuando la Brigada Irlandesa, encuadrada
en la Legión como la XV Bandera, iba a entrar por primera vez en
acción, durante la Batalla del Jarama, en febrero de 1937, fueron
tomados como voluntarios republicanos por las tropas nacionalistas,
por lo que sufrieron varios muertos y heridos por fuego amigo. Poco
tiempo después entraron finalmente en combate, pero su ofensiva
fracasó y tuvieron las primeras bajas en el campo de batalla. A
causa del prolongado mal tiempo y las malas condiciones de vida en
las trincheras, muchos de los voluntarios irlandeses cayeron
enfermos. Tras estos acontecimientos y a causa de su baja moral y su
poca combatividad, la Brigada fue retirada de primera línea
volviendo poco después a Irlanda.
Otro contingente irlandés, la
Columna Connolly, participó también en la Guerra Civil Española, pero en
el bando republicano, integrada en el norteamericano Batallón
Abraham Lincoln de las Brigadas Internacionales.
En agosto de 1936, apenas un mes después del alzamiento español, empezó la aventura de los voluntarios irlandeses. El general O'Duffy, líder de la derecha irlandesa, es invitado por un amigo carlista a que reclute una brigada de combatientes que se una a los Requetés. Tal gesto -escribe el español- tendría valor ejemplar en el mundo católico; también tendría muy buen impacto sobre la moral de los nacionales.
|
Garda Commisioner EOIN O'DUFFY (Centro) |
No resulta muy difícil convencer al general. Como la mayor parte de sus compatriotas, Eoin O'Duffy ya es partidario de la causa nacional. Entre todas las personalidades de primer plano, es el mejor capacitado para una operación militar. Nacido en 1892 y veterano de la guerra de independencia, durante la cual se destacó al lado del legendario Michael Collins, ha sido jefe del Estado Mayor antes de mandar la policía nacional (An Garda Siochana) durante diez años. Destituido en 1933 a petición de la izquierda, dirigió la «National Guard» y presidió el «Fine Gael», o sea, el principal partido de la derecha irlandesa. Desde 1935, está al frente del «National Corporate Party», una pequeña formación cuyas ideas se parecen mucho a las de Salazar y Dollfuss, y cuyas «camisas verdes» disputan la calle a los peleones del IRA.
Atraído por la idea de contribuir directamente a la lucha contra el comunismo, O'Duffy escribe a varios periódicos para expresar su convicción de que Franco «está defendiendo las trincheras de la Cristiandad» Y, de paso, sugiere la posibilidad de reclutar un cuerpo de voluntarios. El eco es inmediato y de todos los condados afluyen cartas de aprobación por centenares. Muchos jóvenes se declaran dispuestos a marchar. También son numerosos los ciudadanos «instalados» -granjeros, tenderos, obreros, profesores, etc.- que contestan afirmativamente, como el comandante O'Malley, caballero de Malta, o el teniente-coronel P. R. Butler, hijo del general Sir W. Butler.
La participación irlandesa en la guerra española deriva naturalmente de la vieja amistad que une a las dos naciones. Al general le gusta referirse a los soldados de la Invencible que vinieron a prestar socorro a Irlanda y también a los innumerables irlandeses que sirvieron al Reino de España. Así el marino O'Flaherty, el compañero de Colón, los generales O'Donnell, O'Shea y O'Reilly, sin olvidar al arzobispo de Cashel, el Colegio irlandés de Salamanca y la Iglesia de los Irlandeses en Madrid. Los simpatizantes de la Cruzada pueden remitirse a una auténtica tradición histórica. Por estereotipado y sentimental que sea, este lenguaje no deja al público irlandés indiferente.
III. EL PROYECTO SE PLASMA.
Ante el entusiasmo que suscita su iniciativa, O'Duffy decide preparar un proyecto detallado y someterlo a las autoridades españolas. El 20 de septiembre, éstas le dan su acuerdo de principio, y en seguida, el general viaja a España. Llegado vía Hendaya y escoltado por una guardia de honor, pasa por el monasterio de Elizondo y, luego, se detiene en Pamplona donde se entrevista con el gobernador de Navarra, Don Juan Pedro Arraiza. En Burgos, habla con el general Cabanellas y, después, se dirige a Valladolid donde le espera el general Mola. La conversación se desarrolla en el ambiente de la reciente liberación del Alcázar de Toledo. «Irlanda está al lado del pueblo español en su combate por la Fe», dice O'Duffy. «Convencidos que la causa de Franco es la de la civilización cristiana, voluntarios irlandeses están dispuestos a combatir con las fuerzas nacionalistas»1. Mientras la fiesta está en su apogeo en Valladolid, el general Mola vuela a Cáceres a fin de conferenciar con el Generalísimo. Pocas horas después, O'Duffy recibe el mensaje siguiente: «El general Franco tiene mucho gusto en aceptar el ofrecimiento irlandés de reclutar una brigada de voluntarios». Anunciada por altavoces, la noticia es acogida por los «vivas» del gentío que se apiña en las calles. Invitado a expresarse ante el micrófono de Radio Nacional, O'Duffy no oculta su satisfacción: «Veo el espíritu de una gran nación que se alza tan duro como el acero templado, para defender de nuevo, como España tantas veces lo hizo en el pasado, la gloria de la civilización cristiana frente a los asaltos de bárbaros y paganos (…) Irlanda hará todo lo que pueda para ayudar a su amiga y aliada histórica en la Cruzada gloriosa que conduce con tanto éxito». De su breve estancia en la zona nacional, O'Duffy guarda una imagen de serenidad y orden que contrasta con el caos que reina entre los republicanos: «En la España nacional -escribe- la vida sigue de nuevo su curso normal. Los hombres cultivan sus tierras para alimentar a sus familias extenuadas y a los soldados que están en el frente. Los pastores llevan sus rebaños a pacer, y en las ciudades, los negocios se hacen casi normalmente. La paz reina sobre las colinas y llanuras, solamente turbada a lo lejos por el ruido de un cañoneo que recuerda la próxima tormenta» 3. Esta buena impresión le confirma en su opción y, con una energía duplicada, regresa a Irlanda para dedicarse a formar una brigada.
IV. EL CONSENSO DE LA IGLESIA.
En Dublín, ha surgido la polémica en torno al proyecto. Convocado con toda urgencia, el «Dail» (Parlamento) vota una ley que prohíbe a todo ciudadano irlandés que se aliste en España bajo pena de una multa (hasta 500 libras) y de un encarcelamiento (hasta dos años). En Gran Bretaña el asunto también causa remolinos: invocando el Pacto de no-intervención, algunos diputados -los señores Manders, Roberts, Gallacher- exigen resueltamente que se impida a los voluntarios que salgan desde puertos ingleses.
Esta campaña de intimidación no impresiona al general O'Duffy. Seis mil personas ya han respondido a su llamamiento y la Iglesia Católica le apoya casi oficialmente. Haciéndose eco de las palabras de los obispos de Vitoria, Pamplona y Salamanca, más y más prelados toman partido. En Nueva York, el Cardenal Hayes denuncia «los enemigos sanguinarios y diabólicos de Dios y de su iglesia», mientras Monseñor Richard Fitzgerald, el Obispo irlandés de Gibraltar, declara: «Se trata del porvenir de la religión del orden y del bien, no sólo para España, sino para una gran parte del mundo». Según el Cardenal Mac Rory, que se manifiesta en Drogheda, «se trata de saber si España será, como lo fue siempre, una tierra cristiana y católica o si va a ser una tierra bolchevique y hostil a Dios». ¿Quien se atrevería en esas condiciones a criticar al soldado O'Duffy por ir en socorro de la Cristiandad española?
Se sabe que miembros del IRA ya combaten con los rojos y, por eso, el argumento de la no-intervención resulta poco convincente. Lo que se conoce del bando republicano más bien sirve a la causa del general O'Duffy. Según el parecer del capitán McGuinness, quien desertó y volvió a Irlanda, «el gobierno de Madrid es 100% rojo y violentamente hostil a la Iglesia Católica» y «cada irlandés que combate o defiende este régimen, defiende al enemigo de su Fe» . Por el contrario, la iniciativa de O'Duffy parece estar en armonía con las convicciones profundas del católico pueblo de Irlanda y las aspiraciones de su clero. Como dirá, más tarde, el dominico Paul O'Sullivan dirigiéndose a un grupo de voluntarios: «…Vais a combatir en el Santo nombre de Dios, por la gloria de Dios, para defender a Dios, para salvar nuestra Santa Fe, para salvar la Cristiandad, para proteger al mundo de las atrocidades que han sido cometidas en Rusia, en Méjico y ahora en España».
V. UNA SALIDA FRUSTRADA
Tan pronto como está de vuelta, O'Duffy se pone a trabajar. Envía circulares de alistamiento, procede a una primera selección de suboficiales y también a la selección de los voluntarios cuyas capacidades y aptitud física son debidamente verificadas. Sin embargo, uno de los problemas mayores del general sigue siendo el transporte. No hay ningún enlace marítimo entre Irlanda y España o Portugal. Desde Inglaterra, los buques son escasos en el invierno. Por otra parte, fletar un buque alcanza un precio prohibitivo. Finalmente es Juan de la Cierva, eminencia gris de Franco en Londres, quien ofrece encargarse del transporte. Con la ayuda de Nicolás Franco, alquila el «Domino» y lo hace rearmar en Vigo. La primera salida tendrá lugar el día 16 de octubre de 1936 cerca de Waterford.
Por parte irlandesa, el asunto está siendo meticulosamente preparado. En cada condado, un coordinador se encarga de conducir a los voluntarios hasta el puerto de embarque cuyo nombre se guarda secreto. Gracias a los fondos recaudados por el «Irish Christian Front» de Patrick Belton, O'Duffy ha mandado comprar 1000 camisas verdes y 1000 gorras; también ha contratado a un piloto para guiar el buque español.
El 14 de octubre, todo está listo; las últimas consignas han sido distribuidas y muchos voluntarios se han puesto en marcha; pero, sobre las siete de la tarde, un mensaje del general Franco anuncia el aplazamiento «sine die» de la operación. Para O'Duffy, que debe advertir a todo el mundo, es una mala noticia; lo es también para centenares de hombres que habían abandonado sus empleos y se habían despedido de sus familias, y que se ven obligados a volver a sus casas defraudados.
Este episodio no desanima al general que sale para Salamanca a fin de aclarar la situación. De camino, visita Irún y San Sebastián, y se detiene en Fuenterrabía donde vive Walter Meade, un deportista irlandés muy conocido en España. En Salamanca, es recibido en seguida por Franco que le explica brevemente los motivos de su contraorden: al averiguar que la URSS buscaba un pretexto para denunciar el Pacto de no-intervención e intensificar su ayuda a los rojos, ha juzgado preferible que no se lo ofreciera la brigada irlandesa en bandeja. «En todo -añade el Generalísimo- el interés de España debe tener prelación». No hay nada que objetar y el incidente queda cerrado.
Invitado por Franco a permanecer unos días en España como «huésped de la nación», Eoin O'Duffy aprovecha la ocasión para visitar el frente. Escoltado por el duque de Algeciras, el conde de San Esteban de Cañongo, los capitanes Medrano, Meade y Gunning, va a Ávila, Cebreros, Maqueda y, luego, a Toledo donde se entrevista con el Cardenal Gomá. Subiendo hacia el Norte, pasa por Yuncos donde se encuentra con el general Varela, y llega hasta Humanes y Parla desde donde se columbra los techos de Madrid. De vuelta a Salamanca, una buena noticia le espera: dada la afluencia continua de franceses y rusos a la zona republicana, el general Franco autoriza la venida de los nacionalistas irlandeses.
VI. DESTINO CÁCERES
Después de una parada en Biarritz, en casa del señor Álvarez de Aguilar que fue embajador de España en Dublín, O'Duffy vuelve a Irlanda. El 8 de noviembre reúne a sus coordinadores a quienes pide que movilicen de nuevo a los que todavía quieren salir. Ahora el perfil de la operación está perfectamente definido. Alistados por la duración de la guerra o por seis meses, los voluntarios formarán una o más banderas del Tercio; cada bandera se compondrá de unos 800 hombres, o sea 4 compañías; con excepción de los oficiales de enlace, los cuadros serán irlandeses. Según el acuerdo firmado con Franco, los irlandeses nunca tendrán que enfrentarse con los vascos, y podrán conservar sus normas propias. Médicos, capellanes y aún… cocineros serán irlandeses. La Bandera estará bajo mando de un inspector-general, en este caso Eoin O'Duffy que tendrá rango de brigadier.
Para el traslado en España, O'Duffy decide que se utilizará las líneas existentes. Los voluntarios saldrán de Dublín para Liverpool y de ahí proseguirán hasta Lisboa con enlace semanal. El resto del viaje se hará por carretera. Los hombres viajarán de paisano, cada uno comprará su billete, y sólo en España se alistarán de manera individual.
Estando ya muchos voluntarios en pie de guerra desde la mitad de octubre, las cosas van de prisa. El 13 de noviembre de 1936, una primera decena de voluntarios sale de Dublín. Integran este grupo Diarmuid O'Sullivan (un ex-insurgente de 1916), el coronel Thomas Carew, el capitán David Tormey, el abogado Bernard J. Connolly y varios veteranos de la guerra de independencia como P.J. Gallagher, James Finnerty, John F. Mc Carth y John C. Muldoon.
Una semana más tarde, el general O'Duffy acompaña a un segundo grupo al que pertenecen el coronel Patrick Dalton, futuro jefe de la Bandera, el comandante Padraig Quinn, su segundo (un hombre que ya a los 16 años formaba parte del IRA), el doctor Peter O'Higgins, médico de la Bandera, el capitán Tom Hyde, y otros ex-oficiales del ejército nacional irlandés como Tom O'Riordan, Tom F. Smith, Edward Murphy, Michael Cagney, el capitán Thomas Gunning y el comandante Sean Cunningham. En Liverpool, el grupo se embarca a bordo del «Avoceta», saludado por el Padre S. Gillan y por simpatizantes que aclaman la enseña nacional y el estandarte de la brigada. En Lisboa, los voluntarios son recibidos por los Padres Dominicos Paul O'Sullivan, E. McVeigh, Joseph Dowdall y Crowley que celebran una misa en su honor, luego, los voluntarios toman autocares que les llevan hasta Elvas y Badajoz donde el gobernador militar les da la bienvenida. El día siguiente, llegan a Cáceres, última etapa del viaje.
El 27 de noviembre, un tercer grupo de 84 voluntarios sale de Dublín; antes de que su barco zarpe del puerto Monseñor Byrne, deán de Waterford, les ha remitido rosarios y Agnusdei. Evocando la partida en su homilía dominical, Monseñor Ryan declara: «Han salido para tomar parte en la batalla de la Cristiandad contra el comunismo. Muchas dificultades les esperan y sólo héroes pueden emprender tal combate» 10. A la pequeña tropa se agregan algunos oficiales (Charles Horgan, Thomas Cahill, Eamon Horan) y también el Padre J. Mulrean, capellán de la Bandera.
El 4 de diciembre, 100 hombres más salen de Dublín y dos días después, otros 500 se embarcan de noche en un buque que ha venido de España. Secretamente reunidos en Galway y llevados a alta mar por un barco irlandés (el «Dun Aengus»), estos hombres atraviesan un temporal antes de acceder al buque español. Desembarcados en El Ferrol y llevados a Salamanca siguen hasta Cáceres donde una gran fiesta acoge su llegada.
Novelesca y arriesgada, esta expedición tuvo éxito pero no se repetirá. Prevista para la noche del 6 al 7 de enero de 1937, la travesía siguiente no tendrá lugar. A la hora fijada, más de 700 voluntarios -la bandera de relevo- se presentan en Passage East, pero el pueblo está lleno de policías y esperan en vano al buque español que debía transportarles. Requerido en el último momento para tomar parte en una operación naval cerca de Málaga, el navío no arribará.
VII. LA XV BANDERA SE PREPARA
Tan pronto como se instala en su cuartel de Cáceres, la brigada irlandesa se somete a una preparación intensiva bajo mando del capitán Capablanca, un instructor español muy curtido. La nueva unidad se llama «XV Bandera» y lleva el uniforme del Tercio (con arpas célticas en las solapas). «El que pudiésemos formar una bandera del Tercio» -escribe O'Duffy- «nos parecía un gran privilegio tanto más cuanto que éramos los primeros extranjeros en tener tal honor».
En Cáceres, los irlandeses son objeto de innumerable atenciones: el coronel Luis de Martín Pinillos, gobernador militar, manda izar la enseña irlandesa sobre todos los edificios públicos de la provincia, e interpretar el himno irlandés en las ceremonias oficiales. El Obispo permite que durante los oficios se desplieguen el estandarte de la brigada (un lebrel amarillo sobre fondo esmeralda) y los banderines de las compañías. Antes de marchar al frente, los voluntarios entregan al prelado 1.500 pesetas «para sus sacerdotes».
Alojado en el Hotel Álvarez, el general O'Duffy supervisa el entrenamiento de su tropa cuyas condiciones de vida se esfuerza por mejorar. Acompañado por un ayudante bilingüe (el teniente de aviación Matamoros) acude regularmente a Lisboa para recoger cartas y paquetes; se ocupa también de la comida de sus hombres (poco entusiasmados por el aceite de oliva), de su recreo (conciertos dominicales), y procura que se abstengan de hacer política 12. Al mismo tiempo, multiplica los contactos con el vecindario a fin de asociar a su brigada con la vida de la guarnición. En vísperas de Navidad, por ejemplo, visita los hospitales de la ciudad con una banda militar para entregar regalos a los heridos y, el día siguiente, recibe a las autoridades civiles, religiosas y militares. En esta ocasión, le envían mensajes de simpatía el general Franco, el coronel Yagüe y el alcalde de Dublín, señor Alfred Byrne.
Cuando el regimiento no está haciendo instrucción muchas son sus obligaciones sociales. El día de año nuevo, el coronel Yagüe visita de improviso a la XV Bandera, y el 3 de enero, el coronel Pinillos invita a todos los oficiales a visitar el monasterio de Guadalupe. Enarbolando banderas irlandesas, la pequeña ciudad acoge de manera triunfal a los irlandeses y el Prior del monasterio les habla con mucho afecto. Algunos días después, la Bandera desfila para celebrar la toma de Málaga, y el 6 de enero, el mismo general Franco viene a pasar revista.
El 31 de enero de 1937, una ceremonia imponente señala el fin del período de instrucción. Después de una misa que celebra el Obispo en la Iglesia de Santo Domingo, el general O'Duffy descubre una placa de bronce conmemorando la estancia en Cáceres de los irlandeses. Flanqueada por los escudos de España e Irlanda, por una cruz céltica, una Virgen y tréboles, la inscripción dice: «En honor de Dios, en honor de Irlanda y en recuerdo de la XV Bandera, brigada irlandesa del Tercio, que rezó en esta iglesia mientras servía la causa de la Fe combatiendo al lado de su antigua aliada y protectora, España». Hubo discursos y por último, la bendición del Obispo. A continuación, la brigada desfiló por las calles de Cáceres, muy aplaudida por la multitud a la que ofreció, por la tarde, un concierto de música irlandesa. Al fin del recital, se lee un mensaje de simpatía del Caudillo y este «Día de Irlanda» se acaba con una cena durante la cual O'Duffy agradece al coronel Pinillos su hospitalidad impecable.
VIII. LOS IRLANDESES LEGAN AL FRENTE DE GUERRA.
El 16 de febrero, la bandera irlandesa recibe la orden de marchar que tanto esperaba. Al día siguiente, los legionarios salen para Torrijos a donde llegan después de 26 horas de tren. Desde Torrijos y de conformidad con las órdenes del general Orgaz, el tren sigue hasta Torrejón de la Calzada; luego, continúan a pie hasta Valdemoro que alcanzan alrededor de medianoche. Sólo se trata de una etapa y después de una noche de descanso, se ponen de nuevo en marcha hasta Cienpozuelos donde se encuentran las trincheras que deben ocupar.
De entrada, la mala suerte se abate sobre la brigada de O'Duffy. Cerca de Cienpozuelos, los irlandeses se encuentran con una escuadra de voluntarios canarios que por error abren fuego. Caen dos españoles, el teniente Bove y el sargento Calvo, y dos irlandeses, el teniente Tom Hyde y el legionario Dan Chute; el legionario John Hoey es herido de gravedad. Responsable del trágico incidente, la Bandera canaria es disuelta y sus oficiales castigados 13. Las 4 víctimas son inhumadas en Cáceres, en presencia del Obispo y del gobernador militar.
En Cienpozuelos, a orillas del Jarama, los legionarios irlandeses ocupan la primera línea. Tienen un sector que se extiende de Aranjuez a San Martín de la Vega, frente a las dos guarniciones rojas de Titulcia y Chinchón. Expuestos a un intenso y cotidiano martilleo de artillería, experimentan también los ataques de un tren blindado y la presión constante de los «snipers» enemigos. Estas escaramuzas pronto causan víctimas: al valiente Tom McMullen, por ejemplo, se le amputará una pierna.
Chapoteando en trincheras estrechas, poco profundas y mal acondicionadas, los irlandeses pronto sufren las inclemencias del tiempo. Aquel año, llueve a cántaros… Sin impermeables, y sin ropa de recambio, algunos tendrán que llevar el mismo uniforme durante 12 semanas. Los refugios no valen mucho más pues los colchones hierven de piojos. Estas condiciones tienen consecuencias sobre la salud de la tropa. A principios de marzo, el coronel Dalton debe, por prescripción médica, dejar el mando a los capitanes O'Sullivan y Quinn.
La XV Bandera sigue atrayendo a los jóvenes: unos veinte alféreces españoles se suman a las filas, y también dos nuevos oficiales irlandeses, el capitán Skeffington-Smyth (por otro nombre Michael Fitzpatrick) y el teniente Gilbert Nangle. El servicio es bastante penoso: los hombres permanecen 4 días en las trincheras y, luego, tienen 2 días de descanso en un pueblo donde el manicomio es el único edificio que permanece en pie… Cada día, la compañía de descanso debe facilitar centinelas; también le incumbe proteger a un batallón de ingenieros (coronel Von Thomas) que opera en la cercanía.
IX. UNA CAMPAÑA DIFICIL
Después de un mes de trincheras, la XV Bandera se muestra impaciente por enfrentarse más directamente con el enemigo. Una oportunidad se presenta el 13 de marzo de 1937 cuando llega la orden de efectuar un ataque de diversión contra Titulcia.
Cerca de las 6 de la mañana y bajo una lluvia de granadas, los legionarios se lanzan hacia el Jarama. Sin apoyo aéreo y sin artillería, el ataque, en un terreno llano y descubierto, resulta muy peligroso. Contrariamente al plan previsto, los otros asaltos sobre Titulcia han sido anulados y los irlandeses se encaran con una resistencia máxima del enemigo. Acompañado por el mayor alemán H.F. Recke, el duque de Algeciras y el Padre Mulrean, el general O'Duffy se persona para dar ánimo a su tropa cuya vanguardia alcanza el río al anochecer. Cuando llega la hora del repliegue, la Bandera cuenta con un muerto (John McSweeney) y muchos heridos (tres van a fallecer en el hospial de Griñon).
Dirigiéndose al general Saliquet y llamando su atención sobre las adversas condiciones en Cienpozuelos, O'Duffy logra que se renuncie a un segundo ataque el día siguiente. Con medios tan mínimos, cualquier ofensiva de frente va a fracasar, lo que comprobarán los generales Franco y Mola al visitar la posición días después.
Como se hizo con los caídos del 18 de febrero, los 4 muertos del 13 de marzo son enterrados en Cáceres, al son de las gaitas y en presencia del Obispo y de las autoridades locales. La Bandera irlandesa sufre otras bajas: a principios de la primavera, 150 hombres están hospitalizados y 4 de ellos (John Walsh, Tom Troy, Eunan McDermott y Thomas Doyle) van a morir. Los primeros dos están sepultados en Cáceres y los otros dos en Salamanca. Con secuelas graves, 4 legionarios más (John McGrath, Mat Barlow, Jack Cross y P. Dwyer) fallecerán más tarde, después de su regreso a Irlanda.
Al cabo de cinco semanas en Cienpozuelos, la brigada, muy debilitada, se traslada a La Marañosa, 15 kilómetros al Norte, cerca del Cerro de los Angeles. Esta nueva posición resulta tan arriesgada como la anterior: apenas hay agua potable y las líneas están tan expuestas que aventurarse fuera de las trincheras puede ser fatal. Los legionarios soportan bien estos inconvenientes ya que tienen a su lado dos tercios de Requetés: compartiendo las mismas ideas y sobre todo el mismo catolicismo ardiente, irlandeses y carlistas españoles simpatizan. A pesar del frío, de la inmovilidad y del hostigamiento enemigo, la moral es buena.
X. FIN DE LA CAMPAÑA.
Obligado por razones administrativas y logísticas a trasladarse a menudo a Cáceres o Salamanca y a recorrer toda la zona nacional, el general O'Duffy aprovecha la ocasión para establecer contactos. Así es como se encuentra con Millán Astray y con el Mufty de Marruecos. En Sevilla le reciben Sancho Dávila y Queipo de Llano que le proponen acoger a una segunda bandera irlandesa (en Burgos, Manuel Hedilla le hace la misma propuesta). Viajando por Andalucía, O'Duffy se entrevista con el Cardenal Ilundain, antes de detenerse en Jerez, en casa del duque de Algeciras y del marqués del Mérito. Acompañado por este piloto consumado 14, el general efectúa dos vuelos, el primero a bordo de un bombardero Junker y el otro en un caza Fiat.
Estos viajes no impiden al general ocuparse de la suerte de sus soldados cuyo contrato de seis meses se acaba. Por no disponer de un contingente de relevo, el porvenir de la XV Bandera parece definitivamente comprometido. De la oficialidad, alrededor de 100 hombres desean volver a Irlanda; por otra parte, 120 legionarios están todavía hospitalizados y el gobierno irlandés exige que los menores (un centenar) vuelvan a sus casas. Consultados a finales de abril, 654 voluntarios deciden volver a su país mientras 9 optan por quedarse.
Secundado por el capitán Fernando Camino, el capitán Arturo O'Ferrall y el teniente Mariano Arechederrata, reagrupan y desmovilizan a sus legionarios; se ocupan también de su traslado a Lisboa y del alquiler de un navío. Con la ayuda de Pedro Lancastra y del Dr. Costa Leite (ministro portugués de Hacienda), los problemas se resuelven. Solo se quedan en Cáceres 8 heridos intransportables y dos enfermeras (MacGorisk y Mulvaney). El 17 de junio de 1937 a las 10 de la tarde, el «Mozambique» se hace a la mar: para los irlandeses, la expedición a España ha terminado.
Gorro cuartelero del General Irlandés Eoin O'Duffy
Al llegar a Dublín el 22 de junio el general y sus hombres son acogidos por más de 10.000 personas. Escoltados por dos bandas de gaiteros, desfilan hasta el castillo donde el alcalde, Sr Alfred Byrne, les da la bienvenida. Durante la recepción que sigue, varias personalidades, entre las cuales Monseñor Waters, el Sr. White (alcalde de Clonmel), Lord French, el coronel Butler, etc., agradecen y felicitan a los legionarios. Después de lo cual, la Bandera irlandesa se disuelve.
XI. UNA MISIÓN SIN TACHA.
Espontáneamente constituida por personas privadas, desprovista de dinero y desaprobada por su gobierno, la brigada irlandesa de 700 voluntarios no desempeñó un gran papel militar durante la guerra. Su presencia fue sobre todo simbólica. Como ha escrito O'Duffy: «Diez mil irlandeses habían contestado a mi llamamiento, pero no pudimos llevarles a España. No teníamos buques. A la inversa de lo que ocurría en Italia, en Alemania, en Francia y en Rusia, no teníamos ningún apoyo del gobierno; y a España le faltaban navíos».
A lo largo de su estancia en el frente, la XV Bandera no desmereció como lo atestiguan sus 15 muertos 16 y decenas de heridos. «90% de nuestros voluntarios» -dice O'Duffy- «eran verdaderos cruzados que dejaban casas confortables… No eran mercenarios sino idealistas. Para cada uno de ellos, ir a España era un verdadero sacrificio, y todos volvieron más pobres que antes». A diferencia de los brigadistas rojos, no fusilaron, no depuraron y no profanaron; en sus filas no había ni comisario político ni cheka. Cáceres no era Albacete y el alcalde, Don Luciano López Hidalgo, nunca tuvo la menor queja de los irlandeses.
Inspirador y clave de la Bandera, Eoin O'Duffy era tan modesto como sus hombres. «No buscamos alabanzas. Sólo cumplimos nuestro deber», escribe el general a propósito de su estancia en España. A diferencia de Tito, Gerö, Staimler, Ulbricht o Dimitrov, nunca se transformará en tirano sanguinario ni mandará asesinar a su propio pueblo. Fiel a su palabra, se retiró de la política. A partir de 1938, se dedica a la promoción del deporte y presidirá la «Asociación Nacional de Atletismo y Ciclismo». Discreto y respetado, fallece el 30 de noviembre de 1944 con exequias nacionales.
Cuando España decide naturalizar a los que querían ahogarla y erigir un monolito recordatorio de André Marty, es de justicia pensar en los valerosos irlandeses del Tercio. Hace 60 años, a orillas del Jarama, combatían por Dios y por España junto a los heroicos Tercios de Requetés Cristo Rey y Alcazar.
*Los datos aquí publicados han sido contrastados con varias fuentes.