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EL TERCIO ORIAMENDI EN ARAGÓN Y CATALUÑA

Por ser de interés para los lectores estimo conveniente hacer en primer lugar algo de historia: Un Tercio equivalía a un batallón de ejército; el Oriamendi se constituyó en Guipúzcoa, tomando el nombre del monte (mendi) Oria, que es igualmente el título del himno del requeté, porque en una batalla de la primera guerra carlista en el referido monte, apareció la partitura musical de autor desconocido, y se le adaptó una letra: "Por Dios, por la Patria y el Rey...". La creación de la referida Unidad posiblemente constituya un caso único, porque cada Compañía estaba formada por voluntarios de una misma localidad. Así la 1ª eran todos jóvenes de San Sebastián, la 2ª de Tolosa, la 3ª de Ordicia y la 4ª de Beasaín, que es la de la foto. Se dice que el padre de Xavier Arzalluz, con 49 años, se incorporó voluntario en el requeté y posiblemente lo hiciera en el Oriamendi, para terminar siendo chófer del general Solchaga, que mandaba las famosas Brigadas Navarras, en las que estaban encuadrados varios Tercios de requetés, entre ellos el que nos ocupa. De ahí que se pueda afirmar que el número de requetés superó en más del doble a los "Gudaris" (soldados vascos) y que los nacionalistas de hoy, incluido el propio Arzalluz, son hijos y/o nietos de aquellos valientes requetés.
Los requetés actuaron siempre en primera línea de combate, lo que suponía sufrir numerosas bajas y el Tercio Oriamendi no sería una excepción, por lo que, cuando el factor humano joven de aquellas poblaciones se agotó, fue necesario ir cubriendo bajas con voluntarios de otras provincias, y así llegué yo, con mis 15 años recién cumplidos en compañía de otros 5 requetés de mi comarca y una veintena más de Orense y provincia a formar parte de aquel singular Tercio. A la 4ª Compañía me incluyeron a mí, con 4 de los cinco de mi comarca (Verín, mi lugar de origen) Isidro Salgado, José Quinto, Manuel Prado y Nicolás Rodríguez con el orensano Manuel Sánchez. De este grupo quedamos vivos 3. Llegado a este punto quiero rendir un homenaje a los muertos: Manuel Sánchez, sufrió un ataque de apendicitis, la tarde del 31 de diciembre de 1937, en una marcha para liberar a los defensores de Teruel, operado sufrió varias complicaciones, por lo que se reincorporó en mayo de 1938, cuando defendíamos una posición en las estribaciones de los Pirineos, en la provincia de Lérida, llamada Peñas de Aholo. Casi no tuvo tiempo de empuñar el fusil, porque una granada de mortero lo destrozó. Aquella marcha del ya citado 31 de diciembre, culminó en las primeras horas de la noche con nuestra llegada a las puertas de la ciudad, situándonos en un pinar en las faldas de la Muela, protegiéndonos de la intensa nevada que se había iniciado a primera hora de la tarde, en plena marcha, y en espera del nuevo día para lograr el objetivo. No fue posible, ya que a las primeras luces, el fuego de fusilería, ametralladoras, morteros y obuses, caían sobre nosotros con la misma intensidad que la nieve, obligándonos a atrincherarnos para, al menos, defender aquella posición. Y al caer la noche del día 1 de enero de 1938, después de un larguísimo día de intenso combate, cayó a mi lado, con un balazo en la frente mi amigo Nicolás Rodríguez. Acababa de cumplir 16 años. A los pocos días, José hubo de ser hospitalizado con síntomas de congelación y le amputaron el dedo gordo del pie, pero salvó la vida y fue devuelto a su casa. Manuel Prado murió un año más tarde, combatiendo en la conquista de Cataluña.
Reconquistado Teruel, se inició una larga marcha para ir ocupando toda la provincia de Huesca y la de Lérida, hasta la frontera francesa, en lo que parecía un "paseo militar" o una excursión de senderismo, con poca resistencia enemiga, pero eran marchas muy agotadoras, con una media de entre 15 y 20 Km.. diarios. Así llegamos a Barbastro el día 28 de marzo, a última hora de la tarde, después de caminar unos 25 Km. La ciudad parecía desierta y reinaba un extraño silencio, en medio del cual me pareció escuchar alegre repicar de campanas. Había suciedad por todas partes y la plaza en la que desemboqué con mis compañeros de pelotón, estaba cubierta de papeles y documentos: fragmentos de carnets de filiación política, pasquines de propaganda, papeles timbrados, unos en blanco y otros escritos. Me senté al lado de la puerta de un edificio para descalzarme y buscar alivio a mis pies; se abrió la puerta y apareció una señora de mediana edad que me preguntó si necesitaba algo; le expresé mi agradecimiento y le pedí un vaso de agua.

Al día siguiente, sobre las tres de la tarde, emprendimos la marcha para cruzar el río Cinca. Todo el Tercio Oriamendi se desplegó muy cerca de la orilla, teniendo a la derecha al Tercio de Nuestra Señora de Begoña y a la izquierda el de Nuestra Señora La Virgen Blanca, de Bilbao y Vitoria, respectivamente. A mi compañía le correspondió hacerlo en una zona en la que el río se abría en dos canales, formando un islote de arena y gravilla de aproximadamente un Km. de largo. Dos aviones de reconocimiento sobrevolaban una larga elevación del terreno que se extendía a lo largo del río, más allá de lo que alcanzaba mi vista tratando de observar presencia de tropas enemigas y como no se detectó tal presencia, no se ordenó la actuación de nuestros aviones de bombardeo. Gravísimo error, que se saldó con muchos muertos. Río arriba se produjeron grandes explosiones y, poco después, se nos dio la orden de cruzar el río y ocupar la loma de la otra orilla. Puse mi equipo sobre la cabeza y me adentré en las aguas del primer canal que me cubría hasta la altura de las tetillas. (Yo medía 1,65 metros pero era fuerte y robusto). De pronto una tremenda lluvia de fuego de fusilería y ametralladora me salpicaba por todas partes: alcancé el arenal, me tumbé en el suelo y preparé mi fusil, como todos los demás, calando la bayoneta, porque sabíamos que, si antes no nos alcanzaba una bala, la lucha llegaría cuerpo a cuerpo. Y en medio de aquel infierno, pude ver una montaña de agua que avanzaba sobre nosotros; había que salir de allí a toda velocidad para alcanzar la colina; el arenal se me hizo interminable, pero llegué al segundo canal, algo más profundo y algo más estrecho; salí del agua y vuelta a correr, casi a volar. Me parecía que no era yo el que iba en busca de las alturas y que era la tierra que se me acercaba para brindarme la salvación y alcance los primeros metros de subida, mientras mis compañeros gritaban animosos: ¡Arriba! ¡Arriba!. Por un momento volví la vista atrás: fue una visión dantesca, un mar de aguas revueltas contra el que luchaban muchos hombres de nuestro ejército. Los del Tercio Oriamendi habíamos tenido allí mucha suerte, imaginamos que la conquista de aquellas trincheras terminarían en un combate cuerpo a cuerpo, pero, gracias a Dios, no ocurrió así: el enemigo había huido cobardemente, abandonando armas y equipo. Pero allí quedamos aislados de nuestra retaguardia, porque las explosiones a las que me referí más arriba, fueron como consecuencia de las voladuras de los puentes y las compuertas del pantano. A la mañana siguiente, ocupamos Estadilla, donde permanecimos algunos días, mientras los Cuerpos de Ingenieros hacían posible los accesos entre las dos orillas del Cinca.

El día 23 de mayo se traslada el Tercio a Rialp, más al norte, donde en los días siguientes iban a darse fuertes combates por el dominio de Peñas de Aholo. Ignoro el valor estratégico que pudiera tener aquella cota; pero lo cierto es que el enemigo puso el máximo empeño en sus desesperados intentos por conquistarla. El Tercio llegó a las faldas del monte después de una caminata y nos mandaron descansar, mientras se esperaba la orden de iniciar el relevo de la Bandera de la Legión. Había muy cerca de donde me encontraba una ermita o capilla, bastante grande; vi que la puerta estaba abierta y entré a implorar la ayuda de Dios. El espectáculo que presencié fue terrorífico: la capilla estaba totalmente desnuda, pero el piso era un depósito de cadáveres; calculo que más de un centenar, colocados casi en perfectas hileras. Vino a mi mente un texto poético que aprendiera en el colegio ³...al suelo le falta tierra para cubrir tanta tumba...² y recé, recé por ellos, recé por mi y por todos. Pero el espectáculo del terror no terminaba allí, porque a poco de iniciada la ascensión a la cota de destino, una caravana compuesta por diez o doce mulos descendía por un sendero, portando cada uno en sus camillas dos muertos o heridos, porque algunos dejaban oir sus gemidos.
Fueron unos días y noches de auténtico infierno; los ataques de las tropas rojas se sucedían de forma constante; no había horas para mal comer, ni para dormir, acurrucados al amparo y abrigo de una roca. Y entre uno y otro ataque eran las granadas de sus morteros las que nos causaban más bajas. Y dos días después de habernos hecho cargo de la defensa de aquella posición, se incorporó a la Compañía aquel muchacho ourensano, Manuel Sánchez Vázquez, que el 31 de diciembre del año anterior hubo de ser trasladado al Hospital para ser operado de urgencia, cayó víctima de un morterazo que le alcanzó de lleno, cinco o seis minutos después de su. reincorporación al frente de combate. Quizás nuestro joven requeté (muerto a la edad de 17 años recién cumplidos) sea el único combatiente de primera línea, que murió en la guerra sin tener la oportunidad de disparar un solo tiro; si una súbita enfermedad le apartó, muy pocas horas antes de iniciarse la batalla de La Muela; una granada de mortero le dejó fuera de combate cuando, fusil en mano, se aproximaba a ocupar su puesto en la trinchera de la cota 1.560. Sirva el dato para la estadística de casos insólitos de aquella guerra.
Y vuelta al paseo militar, a los ejercicios de senderismo, Balaguer, Tremp, Pobla del Segur, Sort y toda la rivera del Noguera-Pallaresa, para llegar hasta el límite con el Pirineo francés, sin encontrar más resistencia que la ya referida de Peñas de Aholo, al citar al compañero muerto, Manuel Sánchez. Y allí, en la saludable altura de la cordillera pirenaica, terminó mi aventura el día 1 de septiembre de 1938, cuando aún no había cumplido los dieciséis años, reclamado de Oficio por mi padre.
Ojalá que nunca más vuelva a ocurrir otra tragedia fraticida, como la que me ha tocado vivir, sufrir y casi morir, por Dios, por la Patria y el Rey... Y ahora, el revivir de los acontecimientos en este escrito me ha hecho derramar muchas lágrimas. Yo me había formado en el colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Lasalle.

José Alvarez Limiajosealimia@telefonica.net

Tercio de la virgen blanca

El Escudo del TERCIO DE LA VIRGEN BLANCA O DE NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES
El Escudo del TERCIO DE LA VIRGEN BLANCA O DE
NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES
El Tercio de la Virgen Blanca o de nuestra señora de las nieves estaba formado por la 4ª, 5ª, 6ª y 7ª Compañías del Requetés de Álava.

La 4ª Compañía estaba compuesta por requetés de Condado de Treviño, La Rioja Alavesa y la zona Vizcaína de Orduña ( muchos eran huidos de la zona Gubernamental). Los Orduñeses combatientes en el Tercio llegaron a sesenta y estuvieron mandados por un oficial de las misma localidad. El requeté Juan Vildósola, explicó como se pensó en llamar a la 4ª Compañía "Tercio de Nuestra Señora la Antigua" que es la Patrona de Orduña.

El Tercio combatió en la sierra de Elgueta con las posiciones de Arlabán e Isusquiza. También combatió en Villareal de Alava(actual Legutiano/Legutio), donde la 5ª Compañía fue condecorada por la defensa de la localidad de Villareal, que había sido tomada anteriormente,y le supuso la Medalla Militar Colectiva, quedando prácticamente destruida. También combatió en el sector de Landa y Murgía donde las distintas Compañías que habían luchado de forma separada, se unieron en el mes de Enero de 1937. A primeros de Octubre del año 1936 el frente norte alavés se vio sometido a fuertes presiones del enemigo, en este caso las tropas del Gobierno Vasco, cuando ya el avance de las Brigadas Navarras tenía bajo su control toda Guipúzcoa y llegado a la línea del rio Deba.

Encuadrado en la 61ª División se trasladó a Guadalajara para participar en una de las ofensivas proyectadas sobre la capital de España, establecida en el pueblo de Ciruelos, al norte de la provincia. La ofensiva Gubernamental sobre la línea Teruel-Huesca hace que se pase a combatir en la Muela de Teruel, junto a sus compañeros del Tercio de Oriamendi, y participar en la ocupación de Villaspesa, al Sur de Teruel. El 5 de marzo la 61 División se traslada a Huesca y avanza por la línea de la carretera Huesca - Barbastro, pasando por Liesa, la Ermita de San José, Azara, para llegar el 30 de marzo a las márgenes del Cinca, atravesando la zona de Estadilla, avanzando hacia el monte Ardoz, pueblos de purroy y Estopiñan y atravesando el Noguera Ribargorzana para entrar en tierras Leridanas.

Combatió con el Tercio de Oriamendi en la sierra del Montsech, posición de Castelar, la ermita de Meyá y tomando Vilanova de Meya donde el enemigo resistió tres días en el Cementerio de ese pueblo. Se ocupa el vertice "Chuli" cota 1440 hasta llegar al Coll de Nargó. Posteriormente se ocupó Oliana y desde allí se traslada a Solsona para acampar en el pueblo de Olius. Posteriormente y casi sin combates sube hasta Pla de sant Tirs, Seo de Urgell, Martinet y otros pueblos del Pirineo Catalán.

Desfilarón en la liberación de Barcelona que presidía el Generalísimo de los Ejércitos nacionales, Teniente General D. Francisco Franco.

Se trasladó el tercio al frente de Extremadura, pero finalmente fue trasladado al frente de Guadalajara en Villaseca de Henares donde todavía le quedarón oportunidades para luchar en Hontanares y Picarón donde el enemigo se entregó sin resistencia. Continuó luego por Armuña de Tajuña, Aranzueque donde el tercio concluyo la Guerra.

El Tercio se disuelve en Barbastro a partir del 16 de Julio de 1939 y según José María Resa ["Memorias de un Requeté"] la relación de caídos fue de 223 y 400 heridos, pero un ex-combatiente del Tercio D. Valeriano Martínez los sitúa en 650.


Diario de operaciones del Tercio de requetes de la virgen blanca de Vitoria 1937-1940 en PDF



*Los datos aquí publicados han sido contrastados con varias fuentes.

Voluntarios catolicos de Irlanda (Legión Católica Irlandesa)

El Escudo del TERCIO IRLANDÉS con el Arpa Céltica
El Escudo del TERCIO IRLANDÉS con el Arpa Céltica 
I. EN RECUERDO.

Un grupo de voluntarios al que los españoles, sea cual fuere su bando, no tienen ninguna infamia que reprochar: los irlandeses del Tercio. Movidos por una sincera amistad hacia España y por el profundo deseo de defender la Cristiandad amenazada, esos hombres, olvidados hoy, eran verdaderos idealistas. No eran los peones del "Komintern" ni comisionados por ningún gobierno extranjero; no vinieron para revolucionar, sino para servir, y su caballeresca epopeya merece más honor que las fechorías de André Marty.




II. EL LLAMAMIENTO DEL GENERAL O'DUFFY.

La unidad fue formada por el dirigente profascista Eoin O'Duffy, quien previamente había organizado los grupos Camisas Azules y Camisas Verdes en Irlanda.

A pesar de la declaración de ilegalidad de la participación de irlandeses en el conflicto español efectuada por el propio gobierno irlandés, aproximadamente 700 seguidores de O'Duffy llegaron a España. El contingente rechazó la orden de Francisco Franco de combatir en el frente del norte por sus paralelismos con los nacionalistas vascos, al ser católicos como ellos. O'Duffy emitió más tarde su opinión de que los vascos "tienen tanto derecho a la separación de España como los seis condados del Ulster de Irlanda". La principal motivación en su lucha en España fue el apoyo a la Iglesia Católica contra los ataques sufridos por ésta en el lado republicano. También exponían los paralelismos religiosos e históricos entre España e Irlanda y la lucha contra el comunismo y el socialismo.

Cuando la Brigada Irlandesa, encuadrada en la Legión como la XV Bandera, iba a entrar por primera vez en acción, durante la Batalla del Jarama, en febrero de 1937, fueron tomados como voluntarios republicanos por las tropas nacionalistas, por lo que sufrieron varios muertos y heridos por fuego amigo. Poco tiempo después entraron finalmente en combate, pero su ofensiva fracasó y tuvieron las primeras bajas en el campo de batalla. A causa del prolongado mal tiempo y las malas condiciones de vida en las trincheras, muchos de los voluntarios irlandeses cayeron enfermos. Tras estos acontecimientos y a causa de su baja moral y su poca combatividad, la Brigada fue retirada de primera línea volviendo poco después a Irlanda.

Otro contingente irlandés, la Columna Connolly, participó también en la Guerra Civil Española, pero en el bando republicano, integrada en el norteamericano Batallón Abraham Lincoln de las Brigadas Internacionales.

En agosto de 1936, apenas un mes después del alzamiento español, empezó la aventura de los voluntarios irlandeses. El general O'Duffy, líder de la derecha irlandesa, es invitado por un amigo carlista a que reclute una brigada de combatientes que se una a los Requetés. Tal gesto -escribe el español- tendría valor ejemplar en el mundo católico; también tendría muy buen impacto sobre la moral de los nacionales.
Garda Commisioner EOIN O'DUFFY (Centro)

No resulta muy difícil convencer al general. Como la mayor parte de sus compatriotas, Eoin O'Duffy ya es partidario de la causa nacional. Entre todas las personalidades de primer plano, es el mejor capacitado para una operación militar. Nacido en 1892 y veterano de la guerra de independencia, durante la cual se destacó al lado del legendario Michael Collins, ha sido jefe del Estado Mayor antes de mandar la policía nacional (An Garda Siochana) durante diez años. Destituido en 1933 a petición de la izquierda, dirigió la «National Guard» y presidió el «Fine Gael», o sea, el principal partido de la derecha irlandesa. Desde 1935, está al frente del «National Corporate Party», una pequeña formación cuyas ideas se parecen mucho a las de Salazar y Dollfuss, y cuyas «camisas verdes» disputan la calle a los peleones del IRA.


Atraído por la idea de contribuir directamente a la lucha contra el comunismo, O'Duffy escribe a varios periódicos para expresar su convicción de que Franco «está defendiendo las trincheras de la Cristiandad» Y, de paso, sugiere la posibilidad de reclutar un cuerpo de voluntarios. El eco es inmediato y de todos los condados afluyen cartas de aprobación por centenares. Muchos jóvenes se declaran dispuestos a marchar. También son numerosos los ciudadanos «instalados» -granjeros, tenderos, obreros, profesores, etc.- que contestan afirmativamente, como el comandante O'Malley, caballero de Malta, o el teniente-coronel P. R. Butler, hijo del general Sir W. Butler.

La participación irlandesa en la guerra española deriva naturalmente de la vieja amistad que une a las dos naciones. Al general le gusta referirse a los soldados de la Invencible que vinieron a prestar socorro a Irlanda y también a los innumerables irlandeses que sirvieron al Reino de España. Así el marino O'Flaherty, el compañero de Colón, los generales O'Donnell, O'Shea y O'Reilly, sin olvidar al arzobispo de Cashel, el Colegio irlandés de Salamanca y la Iglesia de los Irlandeses en Madrid. Los simpatizantes de la Cruzada pueden remitirse a una auténtica tradición histórica. Por estereotipado y sentimental que sea, este lenguaje no deja al público irlandés indiferente.


III. EL PROYECTO SE PLASMA.

Ante el entusiasmo que suscita su iniciativa, O'Duffy decide preparar un proyecto detallado y someterlo a las autoridades españolas. El 20 de septiembre, éstas le dan su acuerdo de principio, y en seguida, el general viaja a España. Llegado vía Hendaya y escoltado por una guardia de honor, pasa por el monasterio de Elizondo y, luego, se detiene en Pamplona donde se entrevista con el gobernador de Navarra, Don Juan Pedro Arraiza. En Burgos, habla con el general Cabanellas y, después, se dirige a Valladolid donde le espera el general Mola. La conversación se desarrolla en el ambiente de la reciente liberación del Alcázar de Toledo. «Irlanda está al lado del pueblo español en su combate por la Fe», dice O'Duffy. «Convencidos que la causa de Franco es la de la civilización cristiana, voluntarios irlandeses están dispuestos a combatir con las fuerzas nacionalistas»1. Mientras la fiesta está en su apogeo en Valladolid, el general Mola vuela a Cáceres a fin de conferenciar con el Generalísimo. Pocas horas después, O'Duffy recibe el mensaje siguiente: «El general Franco tiene mucho gusto en aceptar el ofrecimiento irlandés de reclutar una brigada de voluntarios». Anunciada por altavoces, la noticia es acogida por los «vivas» del gentío que se apiña en las calles. Invitado a expresarse ante el micrófono de Radio Nacional, O'Duffy no oculta su satisfacción: «Veo el espíritu de una gran nación que se alza tan duro como el acero templado, para defender de nuevo, como España tantas veces lo hizo en el pasado, la gloria de la civilización cristiana frente a los asaltos de bárbaros y paganos (…) Irlanda hará todo lo que pueda para ayudar a su amiga y aliada histórica en la Cruzada gloriosa que conduce con tanto éxito». De su breve estancia en la zona nacional, O'Duffy guarda una imagen de serenidad y orden que contrasta con el caos que reina entre los republicanos: «En la España nacional -escribe- la vida sigue de nuevo su curso normal. Los hombres cultivan sus tierras para alimentar a sus familias extenuadas y a los soldados que están en el frente. Los pastores llevan sus rebaños a pacer, y en las ciudades, los negocios se hacen casi normalmente. La paz reina sobre las colinas y llanuras, solamente turbada a lo lejos por el ruido de un cañoneo que recuerda la próxima tormenta» 3. Esta buena impresión le confirma en su opción y, con una energía duplicada, regresa a Irlanda para dedicarse a formar una brigada.


IV. EL CONSENSO DE LA IGLESIA.

En Dublín, ha surgido la polémica en torno al proyecto. Convocado con toda urgencia, el «Dail» (Parlamento) vota una ley que prohíbe a todo ciudadano irlandés que se aliste en España bajo pena de una multa (hasta 500 libras) y de un encarcelamiento (hasta dos años). En Gran Bretaña el asunto también causa remolinos: invocando el Pacto de no-intervención, algunos diputados -los señores Manders, Roberts, Gallacher- exigen resueltamente que se impida a los voluntarios que salgan desde puertos ingleses.


Esta campaña de intimidación no impresiona al general O'Duffy. Seis mil personas ya han respondido a su llamamiento y la Iglesia Católica le apoya casi oficialmente. Haciéndose eco de las palabras de los obispos de Vitoria, Pamplona y Salamanca, más y más prelados toman partido. En Nueva York, el Cardenal Hayes denuncia «los enemigos sanguinarios y diabólicos de Dios y de su iglesia», mientras Monseñor Richard Fitzgerald, el Obispo irlandés de Gibraltar, declara: «Se trata del porvenir de la religión del orden y del bien, no sólo para España, sino para una gran parte del mundo». Según el Cardenal Mac Rory, que se manifiesta en Drogheda, «se trata de saber si España será, como lo fue siempre, una tierra cristiana y católica o si va a ser una tierra bolchevique y hostil a Dios». ¿Quien se atrevería en esas condiciones a criticar al soldado O'Duffy por ir en socorro de la Cristiandad española?


Se sabe que miembros del IRA ya combaten con los rojos y, por eso, el argumento de la no-intervención resulta poco convincente. Lo que se conoce del bando republicano más bien sirve a la causa del general O'Duffy. Según el parecer del capitán McGuinness, quien desertó y volvió a Irlanda, «el gobierno de Madrid es 100% rojo y violentamente hostil a la Iglesia Católica» y «cada irlandés que combate o defiende este régimen, defiende al enemigo de su Fe» . Por el contrario, la iniciativa de O'Duffy parece estar en armonía con las convicciones profundas del católico pueblo de Irlanda y las aspiraciones de su clero. Como dirá, más tarde, el dominico Paul O'Sullivan dirigiéndose a un grupo de voluntarios: «…Vais a combatir en el Santo nombre de Dios, por la gloria de Dios, para defender a Dios, para salvar nuestra Santa Fe, para salvar la Cristiandad, para proteger al mundo de las atrocidades que han sido cometidas en Rusia, en Méjico y ahora en España».


V. UNA SALIDA FRUSTRADA

Tan pronto como está de vuelta, O'Duffy se pone a trabajar. Envía circulares de alistamiento, procede a una primera selección de suboficiales y también a la selección de los voluntarios cuyas capacidades y aptitud física son debidamente verificadas. Sin embargo, uno de los problemas mayores del general sigue siendo el transporte. No hay ningún enlace marítimo entre Irlanda y España o Portugal. Desde Inglaterra, los buques son escasos en el invierno. Por otra parte, fletar un buque alcanza un precio prohibitivo. Finalmente es Juan de la Cierva, eminencia gris de Franco en Londres, quien ofrece encargarse del transporte. Con la ayuda de Nicolás Franco, alquila el «Domino» y lo hace rearmar en Vigo. La primera salida tendrá lugar el día 16 de octubre de 1936 cerca de Waterford.

Por parte irlandesa, el asunto está siendo meticulosamente preparado. En cada condado, un coordinador se encarga de conducir a los voluntarios hasta el puerto de embarque cuyo nombre se guarda secreto. Gracias a los fondos recaudados por el «Irish Christian Front» de Patrick Belton, O'Duffy ha mandado comprar 1000 camisas verdes y 1000 gorras; también ha contratado a un piloto para guiar el buque español.


El 14 de octubre, todo está listo; las últimas consignas han sido distribuidas y muchos voluntarios se han puesto en marcha; pero, sobre las siete de la tarde, un mensaje del general Franco anuncia el aplazamiento «sine die» de la operación. Para O'Duffy, que debe advertir a todo el mundo, es una mala noticia; lo es también para centenares de hombres que habían abandonado sus empleos y se habían despedido de sus familias, y que se ven obligados a volver a sus casas defraudados.


Este episodio no desanima al general que sale para Salamanca a fin de aclarar la situación. De camino, visita Irún y San Sebastián, y se detiene en Fuenterrabía donde vive Walter Meade, un deportista irlandés muy conocido en España. En Salamanca, es recibido en seguida por Franco que le explica brevemente los motivos de su contraorden: al averiguar que la URSS buscaba un pretexto para denunciar el Pacto de no-intervención e intensificar su ayuda a los rojos, ha juzgado preferible que no se lo ofreciera la brigada irlandesa en bandeja. «En todo -añade el Generalísimo- el interés de España debe tener prelación». No hay nada que objetar y el incidente queda cerrado.


Invitado por Franco a permanecer unos días en España como «huésped de la nación», Eoin O'Duffy aprovecha la ocasión para visitar el frente. Escoltado por el duque de Algeciras, el conde de San Esteban de Cañongo, los capitanes Medrano, Meade y Gunning, va a Ávila, Cebreros, Maqueda y, luego, a Toledo donde se entrevista con el Cardenal Gomá. Subiendo hacia el Norte, pasa por Yuncos donde se encuentra con el general Varela, y llega hasta Humanes y Parla desde donde se columbra los techos de Madrid. De vuelta a Salamanca, una buena noticia le espera: dada la afluencia continua de franceses y rusos a la zona republicana, el general Franco autoriza la venida de los nacionalistas irlandeses.


VI. DESTINO CÁCERES

Después de una parada en Biarritz, en casa del señor Álvarez de Aguilar que fue embajador de España en Dublín, O'Duffy vuelve a Irlanda. El 8 de noviembre reúne a sus coordinadores a quienes pide que movilicen de nuevo a los que todavía quieren salir. Ahora el perfil de la operación está perfectamente definido. Alistados por la duración de la guerra o por seis meses, los voluntarios formarán una o más banderas del Tercio; cada bandera se compondrá de unos 800 hombres, o sea 4 compañías; con excepción de los oficiales de enlace, los cuadros serán irlandeses. Según el acuerdo firmado con Franco, los irlandeses nunca tendrán que enfrentarse con los vascos, y podrán conservar sus normas propias. Médicos, capellanes y aún… cocineros serán irlandeses. La Bandera estará bajo mando de un inspector-general, en este caso Eoin O'Duffy que tendrá rango de brigadier.


Para el traslado en España, O'Duffy decide que se utilizará las líneas existentes. Los voluntarios saldrán de Dublín para Liverpool y de ahí proseguirán hasta Lisboa con enlace semanal. El resto del viaje se hará por carretera. Los hombres viajarán de paisano, cada uno comprará su billete, y sólo en España se alistarán de manera individual.


Estando ya muchos voluntarios en pie de guerra desde la mitad de octubre, las cosas van de prisa. El 13 de noviembre de 1936, una primera decena de voluntarios sale de Dublín. Integran este grupo Diarmuid O'Sullivan (un ex-insurgente de 1916), el coronel Thomas Carew, el capitán David Tormey, el abogado Bernard J. Connolly y varios veteranos de la guerra de independencia como P.J. Gallagher, James Finnerty, John F. Mc Carth y John C. Muldoon.

Una semana más tarde, el general O'Duffy acompaña a un segundo grupo al que pertenecen el coronel Patrick Dalton, futuro jefe de la Bandera, el comandante Padraig Quinn, su segundo (un hombre que ya a los 16 años formaba parte del IRA), el doctor Peter O'Higgins, médico de la Bandera, el capitán Tom Hyde, y otros ex-oficiales del ejército nacional irlandés como Tom O'Riordan, Tom F. Smith, Edward Murphy, Michael Cagney, el capitán Thomas Gunning y el comandante Sean Cunningham. En Liverpool, el grupo se embarca a bordo del «Avoceta», saludado por el Padre S. Gillan y por simpatizantes que aclaman la enseña nacional y el estandarte de la brigada. En Lisboa, los voluntarios son recibidos por los Padres Dominicos Paul O'Sullivan, E. McVeigh, Joseph Dowdall y Crowley que celebran una misa en su honor, luego, los voluntarios toman autocares que les llevan hasta Elvas y Badajoz donde el gobernador militar les da la bienvenida. El día siguiente, llegan a Cáceres, última etapa del viaje.


El 27 de noviembre, un tercer grupo de 84 voluntarios sale de Dublín; antes de que su barco zarpe del puerto Monseñor Byrne, deán de Waterford, les ha remitido rosarios y Agnusdei. Evocando la partida en su homilía dominical, Monseñor Ryan declara: «Han salido para tomar parte en la batalla de la Cristiandad contra el comunismo. Muchas dificultades les esperan y sólo héroes pueden emprender tal combate» 10. A la pequeña tropa se agregan algunos oficiales (Charles Horgan, Thomas Cahill, Eamon Horan) y también el Padre J. Mulrean, capellán de la Bandera.


El 4 de diciembre, 100 hombres más salen de Dublín y dos días después, otros 500 se embarcan de noche en un buque que ha venido de España. Secretamente reunidos en Galway y llevados a alta mar por un barco irlandés (el «Dun Aengus»), estos hombres atraviesan un temporal antes de acceder al buque español. Desembarcados en El Ferrol y llevados a Salamanca siguen hasta Cáceres donde una gran fiesta acoge su llegada.


Novelesca y arriesgada, esta expedición tuvo éxito pero no se repetirá. Prevista para la noche del 6 al 7 de enero de 1937, la travesía siguiente no tendrá lugar. A la hora fijada, más de 700 voluntarios -la bandera de relevo- se presentan en Passage East, pero el pueblo está lleno de policías y esperan en vano al buque español que debía transportarles. Requerido en el último momento para tomar parte en una operación naval cerca de Málaga, el navío no arribará.


VII. LA XV BANDERA SE PREPARA

Tan pronto como se instala en su cuartel de Cáceres, la brigada irlandesa se somete a una preparación intensiva bajo mando del capitán Capablanca, un instructor español muy curtido. La nueva unidad se llama «XV Bandera» y lleva el uniforme del Tercio (con arpas célticas en las solapas). «El que pudiésemos formar una bandera del Tercio» -escribe O'Duffy- «nos parecía un gran privilegio tanto más cuanto que éramos los primeros extranjeros en tener tal honor».


En Cáceres, los irlandeses son objeto de innumerable atenciones: el coronel Luis de Martín Pinillos, gobernador militar, manda izar la enseña irlandesa sobre todos los edificios públicos de la provincia, e interpretar el himno irlandés en las ceremonias oficiales. El Obispo permite que durante los oficios se desplieguen el estandarte de la brigada (un lebrel amarillo sobre fondo esmeralda) y los banderines de las compañías. Antes de marchar al frente, los voluntarios entregan al prelado 1.500 pesetas «para sus sacerdotes».


Alojado en el Hotel Álvarez, el general O'Duffy supervisa el entrenamiento de su tropa cuyas condiciones de vida se esfuerza por mejorar. Acompañado por un ayudante bilingüe (el teniente de aviación Matamoros) acude regularmente a Lisboa para recoger cartas y paquetes; se ocupa también de la comida de sus hombres (poco entusiasmados por el aceite de oliva), de su recreo (conciertos dominicales), y procura que se abstengan de hacer política 12. Al mismo tiempo, multiplica los contactos con el vecindario a fin de asociar a su brigada con la vida de la guarnición. En vísperas de Navidad, por ejemplo, visita los hospitales de la ciudad con una banda militar para entregar regalos a los heridos y, el día siguiente, recibe a las autoridades civiles, religiosas y militares. En esta ocasión, le envían mensajes de simpatía el general Franco, el coronel Yagüe y el alcalde de Dublín, señor Alfred Byrne.


Cuando el regimiento no está haciendo instrucción muchas son sus obligaciones sociales. El día de año nuevo, el coronel Yagüe visita de improviso a la XV Bandera, y el 3 de enero, el coronel Pinillos invita a todos los oficiales a visitar el monasterio de Guadalupe. Enarbolando banderas irlandesas, la pequeña ciudad acoge de manera triunfal a los irlandeses y el Prior del monasterio les habla con mucho afecto. Algunos días después, la Bandera desfila para celebrar la toma de Málaga, y el 6 de enero, el mismo general Franco viene a pasar revista.


El 31 de enero de 1937, una ceremonia imponente señala el fin del período de instrucción. Después de una misa que celebra el Obispo en la Iglesia de Santo Domingo, el general O'Duffy descubre una placa de bronce conmemorando la estancia en Cáceres de los irlandeses. Flanqueada por los escudos de España e Irlanda, por una cruz céltica, una Virgen y tréboles, la inscripción dice: «En honor de Dios, en honor de Irlanda y en recuerdo de la XV Bandera, brigada irlandesa del Tercio, que rezó en esta iglesia mientras servía la causa de la Fe combatiendo al lado de su antigua aliada y protectora, España». Hubo discursos y por último, la bendición del Obispo. A continuación, la brigada desfiló por las calles de Cáceres, muy aplaudida por la multitud a la que ofreció, por la tarde, un concierto de música irlandesa. Al fin del recital, se lee un mensaje de simpatía del Caudillo y este «Día de Irlanda» se acaba con una cena durante la cual O'Duffy agradece al coronel Pinillos su hospitalidad impecable.


VIII. LOS IRLANDESES LEGAN AL FRENTE DE GUERRA.

El 16 de febrero, la bandera irlandesa recibe la orden de marchar que tanto esperaba. Al día siguiente, los legionarios salen para Torrijos a donde llegan después de 26 horas de tren. Desde Torrijos y de conformidad con las órdenes del general Orgaz, el tren sigue hasta Torrejón de la Calzada; luego, continúan a pie hasta Valdemoro que alcanzan alrededor de medianoche. Sólo se trata de una etapa y después de una noche de descanso, se ponen de nuevo en marcha hasta Cienpozuelos donde se encuentran las trincheras que deben ocupar.


De entrada, la mala suerte se abate sobre la brigada de O'Duffy. Cerca de Cienpozuelos, los irlandeses se encuentran con una escuadra de voluntarios canarios que por error abren fuego. Caen dos españoles, el teniente Bove y el sargento Calvo, y dos irlandeses, el teniente Tom Hyde y el legionario Dan Chute; el legionario John Hoey es herido de gravedad. Responsable del trágico incidente, la Bandera canaria es disuelta y sus oficiales castigados 13. Las 4 víctimas son inhumadas en Cáceres, en presencia del Obispo y del gobernador militar.


En Cienpozuelos, a orillas del Jarama, los legionarios irlandeses ocupan la primera línea. Tienen un sector que se extiende de Aranjuez a San Martín de la Vega, frente a las dos guarniciones rojas de Titulcia y Chinchón. Expuestos a un intenso y cotidiano martilleo de artillería, experimentan también los ataques de un tren blindado y la presión constante de los «snipers» enemigos. Estas escaramuzas pronto causan víctimas: al valiente Tom McMullen, por ejemplo, se le amputará una pierna.


Chapoteando en trincheras estrechas, poco profundas y mal acondicionadas, los irlandeses pronto sufren las inclemencias del tiempo. Aquel año, llueve a cántaros… Sin impermeables, y sin ropa de recambio, algunos tendrán que llevar el mismo uniforme durante 12 semanas. Los refugios no valen mucho más pues los colchones hierven de piojos. Estas condiciones tienen consecuencias sobre la salud de la tropa. A principios de marzo, el coronel Dalton debe, por prescripción médica, dejar el mando a los capitanes O'Sullivan y Quinn.


La XV Bandera sigue atrayendo a los jóvenes: unos veinte alféreces españoles se suman a las filas, y también dos nuevos oficiales irlandeses, el capitán Skeffington-Smyth (por otro nombre Michael Fitzpatrick) y el teniente Gilbert Nangle. El servicio es bastante penoso: los hombres permanecen 4 días en las trincheras y, luego, tienen 2 días de descanso en un pueblo donde el manicomio es el único edificio que permanece en pie… Cada día, la compañía de descanso debe facilitar centinelas; también le incumbe proteger a un batallón de ingenieros (coronel Von Thomas) que opera en la cercanía.


IX. UNA CAMPAÑA DIFICIL

Después de un mes de trincheras, la XV Bandera se muestra impaciente por enfrentarse más directamente con el enemigo. Una oportunidad se presenta el 13 de marzo de 1937 cuando llega la orden de efectuar un ataque de diversión contra Titulcia.


Cerca de las 6 de la mañana y bajo una lluvia de granadas, los legionarios se lanzan hacia el Jarama. Sin apoyo aéreo y sin artillería, el ataque, en un terreno llano y descubierto, resulta muy peligroso. Contrariamente al plan previsto, los otros asaltos sobre Titulcia han sido anulados y los irlandeses se encaran con una resistencia máxima del enemigo. Acompañado por el mayor alemán H.F. Recke, el duque de Algeciras y el Padre Mulrean, el general O'Duffy se persona para dar ánimo a su tropa cuya vanguardia alcanza el río al anochecer. Cuando llega la hora del repliegue, la Bandera cuenta con un muerto (John McSweeney) y muchos heridos (tres van a fallecer en el hospial de Griñon).


Dirigiéndose al general Saliquet y llamando su atención sobre las adversas condiciones en Cienpozuelos, O'Duffy logra que se renuncie a un segundo ataque el día siguiente. Con medios tan mínimos, cualquier ofensiva de frente va a fracasar, lo que comprobarán los generales Franco y Mola al visitar la posición días después.


Como se hizo con los caídos del 18 de febrero, los 4 muertos del 13 de marzo son enterrados en Cáceres, al son de las gaitas y en presencia del Obispo y de las autoridades locales. La Bandera irlandesa sufre otras bajas: a principios de la primavera, 150 hombres están hospitalizados y 4 de ellos (John Walsh, Tom Troy, Eunan McDermott y Thomas Doyle) van a morir. Los primeros dos están sepultados en Cáceres y los otros dos en Salamanca. Con secuelas graves, 4 legionarios más (John McGrath, Mat Barlow, Jack Cross y P. Dwyer) fallecerán más tarde, después de su regreso a Irlanda.


Al cabo de cinco semanas en Cienpozuelos, la brigada, muy debilitada, se traslada a La Marañosa, 15 kilómetros al Norte, cerca del Cerro de los Angeles. Esta nueva posición resulta tan arriesgada como la anterior: apenas hay agua potable y las líneas están tan expuestas que aventurarse fuera de las trincheras puede ser fatal. Los legionarios soportan bien estos inconvenientes ya que tienen a su lado dos tercios de Requetés: compartiendo las mismas ideas y sobre todo el mismo catolicismo ardiente, irlandeses y carlistas españoles simpatizan. A pesar del frío, de la inmovilidad y del hostigamiento enemigo, la moral es buena.


X. FIN DE LA CAMPAÑA.

Obligado por razones administrativas y logísticas a trasladarse a menudo a Cáceres o Salamanca y a recorrer toda la zona nacional, el general O'Duffy aprovecha la ocasión para establecer contactos. Así es como se encuentra con Millán Astray y con el Mufty de Marruecos. En Sevilla le reciben Sancho Dávila y Queipo de Llano que le proponen acoger a una segunda bandera irlandesa (en Burgos, Manuel Hedilla le hace la misma propuesta). Viajando por Andalucía, O'Duffy se entrevista con el Cardenal Ilundain, antes de detenerse en Jerez, en casa del duque de Algeciras y del marqués del Mérito. Acompañado por este piloto consumado 14, el general efectúa dos vuelos, el primero a bordo de un bombardero Junker y el otro en un caza Fiat.

Estos viajes no impiden al general ocuparse de la suerte de sus soldados cuyo contrato de seis meses se acaba. Por no disponer de un contingente de relevo, el porvenir de la XV Bandera parece definitivamente comprometido. De la oficialidad, alrededor de 100 hombres desean volver a Irlanda; por otra parte, 120 legionarios están todavía hospitalizados y el gobierno irlandés exige que los menores (un centenar) vuelvan a sus casas. Consultados a finales de abril, 654 voluntarios deciden volver a su país mientras 9 optan por quedarse.


Secundado por el capitán Fernando Camino, el capitán Arturo O'Ferrall y el teniente Mariano Arechederrata, reagrupan y desmovilizan a sus legionarios; se ocupan también de su traslado a Lisboa y del alquiler de un navío. Con la ayuda de Pedro Lancastra y del Dr. Costa Leite (ministro portugués de Hacienda), los problemas se resuelven. Solo se quedan en Cáceres 8 heridos intransportables y dos enfermeras (MacGorisk y Mulvaney). El 17 de junio de 1937 a las 10 de la tarde, el «Mozambique» se hace a la mar: para los irlandeses, la expedición a España ha terminado.

Gorro cuartelero del General Irlandés Eoin O'Duffy


Al llegar a Dublín el 22 de junio el general y sus hombres son acogidos por más de 10.000 personas. Escoltados por dos bandas de gaiteros, desfilan hasta el castillo donde el alcalde, Sr Alfred Byrne, les da la bienvenida. Durante la recepción que sigue, varias personalidades, entre las cuales Monseñor Waters, el Sr. White (alcalde de Clonmel), Lord French, el coronel Butler, etc., agradecen y felicitan a los legionarios. Después de lo cual, la Bandera irlandesa se disuelve.


XI. UNA MISIÓN SIN TACHA.

Espontáneamente constituida por personas privadas, desprovista de dinero y desaprobada por su gobierno, la brigada irlandesa de 700 voluntarios no desempeñó un gran papel militar durante la guerra. Su presencia fue sobre todo simbólica. Como ha escrito O'Duffy: «Diez mil irlandeses habían contestado a mi llamamiento, pero no pudimos llevarles a España. No teníamos buques. A la inversa de lo que ocurría en Italia, en Alemania, en Francia y en Rusia, no teníamos ningún apoyo del gobierno; y a España le faltaban navíos».

A lo largo de su estancia en el frente, la XV Bandera no desmereció como lo atestiguan sus 15 muertos 16 y decenas de heridos. «90% de nuestros voluntarios» -dice O'Duffy- «eran verdaderos cruzados que dejaban casas confortables… No eran mercenarios sino idealistas. Para cada uno de ellos, ir a España era un verdadero sacrificio, y todos volvieron más pobres que antes». A diferencia de los brigadistas rojos, no fusilaron, no depuraron y no profanaron; en sus filas no había ni comisario político ni cheka. Cáceres no era Albacete y el alcalde, Don Luciano López Hidalgo, nunca tuvo la menor queja de los irlandeses.


Inspirador y clave de la Bandera, Eoin O'Duffy era tan modesto como sus hombres. «No buscamos alabanzas. Sólo cumplimos nuestro deber», escribe el general a propósito de su estancia en España. A diferencia de Tito, Gerö, Staimler, Ulbricht o Dimitrov, nunca se transformará en tirano sanguinario ni mandará asesinar a su propio pueblo. Fiel a su palabra, se retiró de la política. A partir de 1938, se dedica a la promoción del deporte y presidirá la «Asociación Nacional de Atletismo y Ciclismo». Discreto y respetado, fallece el 30 de noviembre de 1944 con exequias nacionales.
Cuando España decide naturalizar a los que querían ahogarla y erigir un monolito recordatorio de André Marty, es de justicia pensar en los valerosos irlandeses del Tercio. Hace 60 años, a orillas del Jarama, combatían por Dios y por España junto a los heroicos Tercios de Requetés Cristo Rey y Alcazar.

*Los datos aquí publicados han sido contrastados con varias fuentes.